Además de servirle como alimento, la leche materna también protege a tu bebé. La leche materna está repleta de ingredientes vivos, que incluyen citoblastos, glóbulos blancos y bacterias beneficiosas, así como otros componentes bioactivos, como anticuerpos, enzimas y hormonas, que ayudan a combatir las infecciones, evitar enfermedades y contribuir a un desarrollo normal y saludable.

La lactancia crea grandes vínculos entre madre e hijo


Los bebés que solo toman el pecho durante los primeros seis meses de vida tienen menos probabilidades de sufrir diarreas y náuseas, gastroenteritis, gripes y resfriados, infecciones de oído y pecho, y candidiasis. En comparación con los niños que se alimentan con leche de fórmula, los bebés que solo se alimentan al pecho tienen la mitad de probabilidades de sufrir el síndrome de muerte súbita del lactante (SMSL o muerte súbita infantil).
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Naturalmente, los bebés amamantados también enferman en ocasiones, pero la lactancia durante la enfermedad del bebé ofrece todavía más beneficios: «Si un bebé se pone enfermo, o si es su madre la que enferma, los componentes protectores de su leche tenderán a aumentar», explica el profesor Peter Hartmann, de la Universidad de Australia Occidental, un experto en materia de lactancia reconocido internacionalmente. «Es probable que un bebé que toma el pecho se recupere más rápido que un bebé alimentado con leche de fórmula, ya que el cuerpo de la madre producirá anticuerpos específicos contra cualquier infección que pueda tener».
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Y no solo es importante para la nutrición y la protección inmunitaria: cuando el bebé está enfermo o alterado, la lactancia le tranquiliza y relaja, lo que supone un importante beneficio que no se debe subestimar. De hecho, algunos estudios han demostrado que la lactancia reduce el llanto y aporta alivio cuando los bebés reciben sus vacunas.
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